En un pueblo serrano hay un barrendero que canta mientras barre y barre mientras canta. ¡Qué bueno! Va pertrechado de su carro, de su gorra y de su escobón. Su mundo son la acera, la calle y el contenedor; las hojas secas de otoño, las frías mañanas de invierno, la lluvia de primavera y los calores del verano; el olor a café, el ruido de los operarios y el malhumor de los conductores arrojado por los tubos de escape. Barre las hojas secas, las colillas, los papeles y las bolsas. Barre todo lo que otros tiran o tiramos. Barre tantas cosas… Y mientras barre también canta, y al cantar también barre. Barre las penas, los sinsabores, las ausencias, la nostalgia, la monotonía. Quizá canta añorando el mundo que siempre soñó. Con su escobón limpia las calles y con sus coplas limpia los corazones y alegra las mañanas y las aceras. Sus cantos arrancan una sonrisa a las abuelitas y a los niños. También a nosotros. Nos dice que esas sonrisas son lo mejor que se lleva a su casa todos los días y son el estímulo de cada amanecer.