Las cosas no suceden porque sí. Suceden porque alguien las impulsa, las alienta, las estimula. Para bien o para mal. Cuando no hacemos algo, en uno u otro sentido, también estamos tomando una decisión; estamos tomando partido. En nuestro país somos poco responsables. Preferimos que los demás tomen las decisiones por nosotros, lo que en el fondo es tomar una decisión, la de no ser responsables. Eso sí, somos absolutamente intransigentes con aquellos que toman las decisiones por nosotros porque, si se equivocan…, si se equivocan los machacamos.
Según la Real Academia la responsabilidad es la habilidad del ser humano para medir y reconocer las consecuencias de un episodio que se llevó a cabo con plena conciencia y libertad. Por lo tanto, una persona responsable es aquella que desarrolla una acción en forma consciente y que puede ser imputada por las derivaciones que dicho comportamiento posea.
De manera que una persona que se caracteriza por su responsabilidad es aquella que tiene la virtud, no sólo de tomar una serie de decisiones de manera consciente, sino también de asumir las consecuencias que tengan las citadas decisiones y de responder de las mismas ante quien corresponda en cada momento. Probablemente por eso nos da miedo la responsabilidad.
La responsabilidad que tenemos con el medioambiente, con el cuidado de nuestros bosques, de nuestros parques; con la limpieza de nuestras ciudades, de nuestros edificios… Pareciera que todo el mundo, salvo nosotros mismos, tiene contraída una responsabilidad con todo ello. Y así, si las calles están sucias o los contenedores de nuestras ciudades llenos de muebles y convertidos en un vertedero, la responsabilidad siempre es de otro, haciendo buena esa máxima de Les Luthiers según la cual “equivocarse es humano, pero echarle la culpa a los demás es más humano todavía”.
Y, ¿por qué sucede esto? Pues ni mas ni menos que porque lo público no nos merece el mismo respeto que lo privado, que lo que es nuestro, en el sentido más privativo del término. Y todos deberíamos de responsabilizarnos de que las calles, nuestros parques, nuestras playas, nuestros edificios estén limpias, tanto como de que nuestros políticos sean honestos. Porque las cosas no pasan porque sí. Las cosas pasan porque alguien las haces posibles. Y si hacemos dejación de nuestras funciones tendremos ciudades sucias, playas inmundas…, y lo que es peor, políticos deshonestos.


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De pensar «lo público no es de nadie» a pensar «lo público es de todos y por tanto mío», hay un paso muy pequeño que aquí se da poco.
Recuerdo una frase en una pared en mi barrio «la calle es de todos, pinta tu parte». Es buena la frase. Con el mismo criterio podía haberse terminado «cuida tu parte» hubiese sido aún más revolucionario y rebelde todavía.
Muy interesante, Carlos. Gracias por tu aportación