La pasada semana, el Presidente del Gobierno español declaró (curiosamente en Panamá, sin duda, el lugar más cercano para dirigirse a los españoles) que “una de las prioridades es la regeneración democrática” e invocó a “un esfuerzo entre todos para corregir errores en el funcionamiento de nuestras instituciones”. Como viene siendo habitual, las medidas anunciadas carecen de concreción y parecen más “globos sonda” que propuestas firmes y concretas. Es más, sorprende que algo que se califica como “prioritario” se deje para septiembre.
Se trata de la posibilidad de que en las elecciones municipales la Alcaldía recaiga en la persona que encabece la lista más votada, además de una reducción en el número de aforados.
La posible modificación sobre cómo se eligen a los Alcaldes, pasando de la votación actual entre los concejales electos a la nominación directa del cabeza de la lista más votada, se argumenta basándose en que “no puede ser que la Alcaldía la gane una coalición formada por cinco partidos que han perdido las elecciones”. Como en otras muchas ocasiones, olvida el PP que hay que predicar con el ejemplo pues a lo largo de nuestra geografía son numerosos los municipios en los que el partido de la gaviota no ha dudado en anidar con agrupaciones de todo el espectro político e ideológico para desalojar de las alcaldías a la lista más votada o apoyándose en una mayoría de concejales no electos. No les hemos visto en ningún momento ruborizarse.
Las reformas a la carta son escandalosas. Urge una reforma integral de la ley electoral, como viene reclamando, entre otros UPyD, y de la que no quieren oír ni hablar PP ni PSOE. El debate sobre una posible reforma es, sin duda, necesario. Sin embargo, el que se propone, además de limitado, sin mención de listas abiertas, por ejemplo, y ramplón, nace contaminado por el tufillo de apaño para solventar su fracaso en las municipales que anticipan los resultados de las pasadas elecciones europeas.
Los entendidos estiman que esta reforma beneficia claramente a los populares evitándoles la necesidad de pactos para mantener muchas alcaldías. ¿Pero es ese el debate ciudadano? ¿Es esa la regeneración que el ciudadano espera?
Nada como el diccionario de la Real Academia para salir de dudas. Define regenerar como “dar nuevo ser a algo que degeneró” o “hacer que alguien abandone una conducta o unos hábitos reprobables para llevar una vida moral y físicamente ordenada”. Los ciudadanos exigen una profunda regeneración ética, con tolerancia cero a la corrupción y a los corruptos, con ejemplaridad en los actos y comportamientos, con el único objetivo del interés general y no del particular.
Siendo así, que es como debería ser, ¿qué importan los aforados?
Vecinos por Torrelodones no fue la lista más votada, pero llegó a la alcaldía con el apoyo (que no pacto) del PSOE y Actúa. La posible reforma de la Ley Electoral trasciende nuestro ámbito, pero no así la regeneración ética, en la que hemos puesto todo nuestro empeño, y en el que seguiremos.
“Las democracias observan más cuidadosamente las manos que las mentes de quienes las gobiernan”. Alphonse de Lamartine (1790 – 1869)


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Si asumimos que una regeneración tiene como paso previo una degeneración, con su “regeneración democrática” el PP parece reconocer que tienen maltrecha a nuestra democracia. Lo malo es que esta regeneración que proponen es un paso más en la degeneración que venimos sufriendo en los últimos años. La elección directa de los alcaldes que ahora proponen supone una reforma a la carta de la ley electoral en beneficio propio motivada por desfavorable tendencia de voto evidenciada en las últimas elecciones. Es decir, uno de los contendientes (el que manda) pretende cambiar las reglas del juego en el sentido que más le favorezcan. Critican ferozmente a Pablo Iglesias por sus afinidades Chavistas, ¿pero no les recuerda esto a los modos de Chávez? Lanzarse a una reforma electoral suena a maniobra táctica, adornada con algunos elementos que serían tachados de populismo si sus promotores fueran otros.
Tras la convulsión que en el bipartidismo han provocado las últimas elecciones, los dos grandes partidos han reaccionado de diferente manera. Unos (PSOE) admiten errores y se están sometiendo a una catarsis, con cambio de caras y todo eso. Otros (PP), sin embargo, consideran que los únicos que andan errados son los demás, “el diablo está en los otros”, que decía no sé quién. Ellos siguen inamovibles y solo pretenden cambiar el decorado exterior de la manera que más les favorezca.
El Presidente atribuye sus nuevas propuestas a los “debates que están en la ciudadanía”. Vaya jeta. No parece o no quiere enterarse de que las encuestas llevan más de dos años señalando mes tras mes a esa clase política a la que pertenece el Presidente como uno de los principales problemas que preocupan a la ciudadanía.
En definitiva, esta regeneración democrática que nos anuncian parece un cuento para idiotas escrito a base de embustes y desfachatez.
Decía Stuart Mill que una de las ventajas que la Democracia tiene para los ciudadanos es que estos votan y diez minutos después se sienten absolutamente irresponsables de a quien han votado. Sin embargo, y como señalo Jaspers en «El sentido de la culpa alemán» tras la Segunda Guerra Mundial: «No hemos hecho nada para evitar el crimen, luego somos culpables»